Por un momento, pierdo la fe.
No veo nada, por un segundo,
nada más que oscuridad.
Como si fuera un pestañeo veloz,
la realidad me toca, me araña,
me remece por los hombros,
me abofetea sin piedad.
Por unos segundos,
leves y tristes suspiros,
el cielo gris,
la tierra fría,
el árbol sin fruto,
y el agua turbia.
Y al pasar el segundo,
un resabio amargo,
junto a un escalofrío,
de un paralelo desconsolado,
en algún lugar del universo.
Un blog con ilustraciones, gráfica en general, letras, peladas de cable, poesía, mucho de fantasía y una buena dosis de sarcasmo. Siéntase bienvenido.
martes, marzo 16, 2010
jueves, marzo 11, 2010
La Era Piñera
Hoy comienza una nueva era de cambios, de mejoras, de grandes aspiraciones, de grandes promesas y nuevas perspectivas. Hoy asume el mando del país el señor Sebastián Piñera, líder de la derecha nacional.
Cambios, mejoras, aspiraciones, promesas y nuevas perspectivas... todo eso es necesario para enfrentar este período nuevo, para hacer que valga la pena. No es tarea fácil.
Los cambios surgen para ser una mejor oposición, para adquirir fundamentos sólidos, para poder decir "esto no me gusta, no me parece, y sé bien por qué." Habrá que buscar una constante mejora como persona, como ciudadanos, como alguien que dejó de ser un tibio simpatizante de la concertación, para enarbolar realmente los principios de la oposición, o si se quiere, de la izquierda. Las grandes aspiraciones debieran ir de la mano del progreso y el bien común, de la paz, del crecimiento valórico, del Amor, jamás en desmedro de otros, ni de otros seres, o de la Madre Tierra, la gran olvidada por las clases políticas. Las promesas debieran volverse silentes y honestas, siempre nobles, tratando de mantener la consecuencia, que es la base de una oposición/ciudadanía firme y concisa. Por último, las nuevas perspectivas debieran ser, sin dudas, aquellas que entrega la iluminación, la reflexión, la escucha pacífica de otros puntos de vista y el discurso sereno de quien sabe qué quiere, y qué no.
Porque cuando uno de verdad asume una posición, la mantiene desde el inicio hasta el final. Cuesta más que cualquier cosa, a veces es casi imposible de mantener, pero el fruto es imperecedero, y recordado por los tiempos.
Esa es la oposición que busco, y es el norte al cual apunto desde el día de hoy. La oposición debiera ser aquella fuerza que logre construir un país desde sus cimientos en tiempos de temblores, tanto políticos como geológicos, y que logre generar una identidad grande, diversa, con la voz del pueblo por encima de todo sistema.
Esa es la oposición que quiero. Y nada más.
Cambios, mejoras, aspiraciones, promesas y nuevas perspectivas... todo eso es necesario para enfrentar este período nuevo, para hacer que valga la pena. No es tarea fácil.
Los cambios surgen para ser una mejor oposición, para adquirir fundamentos sólidos, para poder decir "esto no me gusta, no me parece, y sé bien por qué." Habrá que buscar una constante mejora como persona, como ciudadanos, como alguien que dejó de ser un tibio simpatizante de la concertación, para enarbolar realmente los principios de la oposición, o si se quiere, de la izquierda. Las grandes aspiraciones debieran ir de la mano del progreso y el bien común, de la paz, del crecimiento valórico, del Amor, jamás en desmedro de otros, ni de otros seres, o de la Madre Tierra, la gran olvidada por las clases políticas. Las promesas debieran volverse silentes y honestas, siempre nobles, tratando de mantener la consecuencia, que es la base de una oposición/ciudadanía firme y concisa. Por último, las nuevas perspectivas debieran ser, sin dudas, aquellas que entrega la iluminación, la reflexión, la escucha pacífica de otros puntos de vista y el discurso sereno de quien sabe qué quiere, y qué no.
Porque cuando uno de verdad asume una posición, la mantiene desde el inicio hasta el final. Cuesta más que cualquier cosa, a veces es casi imposible de mantener, pero el fruto es imperecedero, y recordado por los tiempos.
Esa es la oposición que busco, y es el norte al cual apunto desde el día de hoy. La oposición debiera ser aquella fuerza que logre construir un país desde sus cimientos en tiempos de temblores, tanto políticos como geológicos, y que logre generar una identidad grande, diversa, con la voz del pueblo por encima de todo sistema.
Esa es la oposición que quiero. Y nada más.
martes, marzo 02, 2010
Terremoto en Chile: tristeza y vergüenza masivas.
El sábado a las 3:34 AM casi todo Chile despertó de forma abrupta: dependiendo de qué tan lejos estuviera cada cual del epicentro, podías abrir los ojos con un remezón más bien leve o definitivamente con tu casa encima. Si es así, el verbo "despertar" puede ser muy relativo.
Que no me malentienda nadie: las cosas son así con los terremotos, en Santiago el asunto fue grave, pero nunca como resultó ser en Concepción, en Constitución, en Chillán, en Talca y en las caletas y pueblos costeros que tienen (o tenían) las regiones de O'Higgins, del Maule y del Bío Bío.
Es mi semana de vacaciones, por cierto. Tenía muchos planes, pero más allá de eso, sólo pensaba descansar y, en una de ésas, ir unos tres días a la playa. Con el terremoto los planes cambiaron, y me he dedicado a ver un poco las fotos existentes, a escuchar las noticias, a verlas, y a leer muchos blogs y comentarios al respecto: primero todo partió por la incertidumbre, por tratar de dilucidar qué tanto había afectado el terremoto a Santiago y a las regiones más cercanas al centro sismográfico del evento. Luego, todo fue ver las reacciones de las personas afectadas, y una explosión de mensajes de Twitter y avisos radiales para empezar a ubicar personas. Es lógico, cualquier medio puede servir para ver si el hijo, el hermano, el padre o la madre están bien o no.
Después comenzaron a expandirse las imágenes de los saqueos y robos, de los asaltos no sólo en las ciudades que más sufren por cause del terremoto, si no que también de Santiago. Y comenzó la más grande de las vergüenzas.
Primero eran mujeres y hombres que no tenían nada ("Nada" de verdad, de esa gente cuya casa cayó totalmente y no tiene ni luz ni agua ni un paquete de harina o sal...nada), buscando unos paquetes de fideos, o de arroz o azúcar. O leche para los niños. Luego vinieron los grupos de hombres llevándose cajas y cajas de comida, de carne (que no podría refrigerarse), sacos de harina (que no tendría dónde hornearse); luego llegarían en camionetas, forzando con fierros las rejas y cortinas metálicas, para cargar comida al menos para un mes...si fuera un pelotón completo. Al rato, un "avispado" lleva una lavadora, otro lleva un LCD (cuya comestibilidad es harto cuestionable) y otra señora lleva tres cajas de leche, con un minicomponente. La vergüenza crece como una especie de planta maligna, en lo más profundo. En las ciudades, tras el saqueo, algunos grupos organizados prefieren incendiar lo que algunos guardias tratan de defender, y así se consumen varias tiendas en una humareda que les quita el aliento (y la fe) a los bomberos.
La necesidad trasciende los límites y principios humanos, eso se sabe, pero cuando todo se transforma en provecho de unos pocos, para luego poder vender los productos, para lograr un lucro inmerecido, el terremoto deja de ser tema, y el delito gana el lugar de honor. Llega la más deplorable caída de las personas, cuando olvida ponerse en el lugar del otro, cuando se deja de lado la bondad, la buena voluntad, la solidaridad.
Tuvieron que poner toque de queda, y volverlo cada día más largo y severo, porque las palabras "lumpen", "turba", "asalto", "pillaje" y "saqueo" estaban terminando de llevarse la dignidad y los pocos bienes de las familias y sobrevivientes. Los militares prometen regalar dos tiros por cada desobediencia, el primero va al cielo, el segundo al cuerpo, y profundamente lamentamos que todo haya llegado a este punto. Es necesario este orden cuasi golpista, muy a nuestro pesar: los humanos se convierten en bestias, en animales. Y los que quieren ayudar se ven asaltados.
En Santiago la cosa no está tan distinta, aunque no sufrimos tanto con el terremoto como el sur. La psicosis no se hizo esperar, y el que no pudo comprar leche, pan y fideos para tres meses más, llevando el carro patéticamente lleno (acá no hay escasez, en serio, y si la hay, es muy leve), trató de llevarse sacos de harina, y también de robar. En algunas comunas hubo asaltos a las casas particulares: sólo no hay luz. No estamos en la miseria, pero ellos hacen gala de la suya, esa miseria del alma, esa que te lleva a ser egoísta y patético en todo sentido.
Para acabar, aparte de la miseria material que puede llegar cuando pierdes tu hogar, o mucho peor, cuando pierdes a los tuyos; la miseria del ser humano que olvida hacer el bien en forma desinteresada, y se vuelca al afán materialista incluso robando, está la miseria, o mejor dicho, una suerte de deformación psicológica, esa que te hace contemplar todo como el fin del mundo, y te hace exagerar los eventos hasta la ridiculez. Esta tarde vi cómo en el centro de Santiago los locales cerraban a las 15:00, porque alguien había dicho que venían saqueando desde la zona norte de Santiago. Casi en forma inmediata, la voz corrió de local en local, y pronto este día martes se transformó en domingo: el centro estaba totalmente clausurado. Los carabineros decían que no había tales saqueos, pero la histeria colectiva pudo más. De hecho, no hubo nada de saqueos ni siquiera en Recoleta. Del mismo modo, los medios digitales se ven infestados de falsos twitters, de personas que repiten información sin recabarla como loros, sin preguntar la fuente. Tantos otros inventaron colectas falsas para recolectar distintos bienes, y así, de varias maneras distintas.
Todavía no entiendo cómo hay personas con tiempo y energía para pensar en tanto mal. Hay gente que sufre la pérdida de seres amados y queridos, que simplemente ya no van a volver. La tierra y el mar se los llevó, y eso es mil, un millón de veces más importante que un televisor nuevo, una noticia falsa, o un plan para engañar a los buenos corazones. No termino de entender cómo es que el ser humano puede degradarse tanto, hasta el punto de necesitar de la fuerza militar para poder controlarlos, cuando se supone que ésa debiera ser la última herramienta.
Frente a tanto dolor, no sólo por las pérdidas humanas y materiales, sólo queda desear una brisa de esperanza, miles de bendiciones a tantas personas que perdieron lo que más amaban, a quienes ya no tienen familia, o que simplemente el frío y el hambre les muerden por dentro, sin dejarse abatir. Para ellos, todos los rezos, todos los pensamientos de amor y de paz, y sobre todo de fuerza y valor.
Al resto, a quienes sacan provecho de tanto mal, no puedo desearles nada. La energía no se gasta en gente así, así que no merecen ni siquiera una palabra más. Lamentable, pero cierto.
Fuerza, Chile.
Que no me malentienda nadie: las cosas son así con los terremotos, en Santiago el asunto fue grave, pero nunca como resultó ser en Concepción, en Constitución, en Chillán, en Talca y en las caletas y pueblos costeros que tienen (o tenían) las regiones de O'Higgins, del Maule y del Bío Bío.
Es mi semana de vacaciones, por cierto. Tenía muchos planes, pero más allá de eso, sólo pensaba descansar y, en una de ésas, ir unos tres días a la playa. Con el terremoto los planes cambiaron, y me he dedicado a ver un poco las fotos existentes, a escuchar las noticias, a verlas, y a leer muchos blogs y comentarios al respecto: primero todo partió por la incertidumbre, por tratar de dilucidar qué tanto había afectado el terremoto a Santiago y a las regiones más cercanas al centro sismográfico del evento. Luego, todo fue ver las reacciones de las personas afectadas, y una explosión de mensajes de Twitter y avisos radiales para empezar a ubicar personas. Es lógico, cualquier medio puede servir para ver si el hijo, el hermano, el padre o la madre están bien o no.
Después comenzaron a expandirse las imágenes de los saqueos y robos, de los asaltos no sólo en las ciudades que más sufren por cause del terremoto, si no que también de Santiago. Y comenzó la más grande de las vergüenzas.
Primero eran mujeres y hombres que no tenían nada ("Nada" de verdad, de esa gente cuya casa cayó totalmente y no tiene ni luz ni agua ni un paquete de harina o sal...nada), buscando unos paquetes de fideos, o de arroz o azúcar. O leche para los niños. Luego vinieron los grupos de hombres llevándose cajas y cajas de comida, de carne (que no podría refrigerarse), sacos de harina (que no tendría dónde hornearse); luego llegarían en camionetas, forzando con fierros las rejas y cortinas metálicas, para cargar comida al menos para un mes...si fuera un pelotón completo. Al rato, un "avispado" lleva una lavadora, otro lleva un LCD (cuya comestibilidad es harto cuestionable) y otra señora lleva tres cajas de leche, con un minicomponente. La vergüenza crece como una especie de planta maligna, en lo más profundo. En las ciudades, tras el saqueo, algunos grupos organizados prefieren incendiar lo que algunos guardias tratan de defender, y así se consumen varias tiendas en una humareda que les quita el aliento (y la fe) a los bomberos.
La necesidad trasciende los límites y principios humanos, eso se sabe, pero cuando todo se transforma en provecho de unos pocos, para luego poder vender los productos, para lograr un lucro inmerecido, el terremoto deja de ser tema, y el delito gana el lugar de honor. Llega la más deplorable caída de las personas, cuando olvida ponerse en el lugar del otro, cuando se deja de lado la bondad, la buena voluntad, la solidaridad.
Tuvieron que poner toque de queda, y volverlo cada día más largo y severo, porque las palabras "lumpen", "turba", "asalto", "pillaje" y "saqueo" estaban terminando de llevarse la dignidad y los pocos bienes de las familias y sobrevivientes. Los militares prometen regalar dos tiros por cada desobediencia, el primero va al cielo, el segundo al cuerpo, y profundamente lamentamos que todo haya llegado a este punto. Es necesario este orden cuasi golpista, muy a nuestro pesar: los humanos se convierten en bestias, en animales. Y los que quieren ayudar se ven asaltados.
En Santiago la cosa no está tan distinta, aunque no sufrimos tanto con el terremoto como el sur. La psicosis no se hizo esperar, y el que no pudo comprar leche, pan y fideos para tres meses más, llevando el carro patéticamente lleno (acá no hay escasez, en serio, y si la hay, es muy leve), trató de llevarse sacos de harina, y también de robar. En algunas comunas hubo asaltos a las casas particulares: sólo no hay luz. No estamos en la miseria, pero ellos hacen gala de la suya, esa miseria del alma, esa que te lleva a ser egoísta y patético en todo sentido.
Para acabar, aparte de la miseria material que puede llegar cuando pierdes tu hogar, o mucho peor, cuando pierdes a los tuyos; la miseria del ser humano que olvida hacer el bien en forma desinteresada, y se vuelca al afán materialista incluso robando, está la miseria, o mejor dicho, una suerte de deformación psicológica, esa que te hace contemplar todo como el fin del mundo, y te hace exagerar los eventos hasta la ridiculez. Esta tarde vi cómo en el centro de Santiago los locales cerraban a las 15:00, porque alguien había dicho que venían saqueando desde la zona norte de Santiago. Casi en forma inmediata, la voz corrió de local en local, y pronto este día martes se transformó en domingo: el centro estaba totalmente clausurado. Los carabineros decían que no había tales saqueos, pero la histeria colectiva pudo más. De hecho, no hubo nada de saqueos ni siquiera en Recoleta. Del mismo modo, los medios digitales se ven infestados de falsos twitters, de personas que repiten información sin recabarla como loros, sin preguntar la fuente. Tantos otros inventaron colectas falsas para recolectar distintos bienes, y así, de varias maneras distintas.
Todavía no entiendo cómo hay personas con tiempo y energía para pensar en tanto mal. Hay gente que sufre la pérdida de seres amados y queridos, que simplemente ya no van a volver. La tierra y el mar se los llevó, y eso es mil, un millón de veces más importante que un televisor nuevo, una noticia falsa, o un plan para engañar a los buenos corazones. No termino de entender cómo es que el ser humano puede degradarse tanto, hasta el punto de necesitar de la fuerza militar para poder controlarlos, cuando se supone que ésa debiera ser la última herramienta.
Frente a tanto dolor, no sólo por las pérdidas humanas y materiales, sólo queda desear una brisa de esperanza, miles de bendiciones a tantas personas que perdieron lo que más amaban, a quienes ya no tienen familia, o que simplemente el frío y el hambre les muerden por dentro, sin dejarse abatir. Para ellos, todos los rezos, todos los pensamientos de amor y de paz, y sobre todo de fuerza y valor.
Al resto, a quienes sacan provecho de tanto mal, no puedo desearles nada. La energía no se gasta en gente así, así que no merecen ni siquiera una palabra más. Lamentable, pero cierto.
Fuerza, Chile.
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