En ese lugar perfecto no caben las miradas ajenas
ahí, calladas y sonrientes las dos,
no entra el odio ni la ira,
porque simplemente se ven repelidos
como si fuera un escudo protector.
Lo que digan otros, lo que piensen otros,
todo eso no existe.
De noche, llegas a mis brazos,
y te oculto con calma,
para sentir el aroma de tu pelo,
y esa respiración deliciosa.
Mis brazos se hacen pequeños
tratando de asirte con una necesidad imperiosa
de hacerte totalmente mía.
La fuerza y el fuego no faltan,
nunca faltan.
Entonces el rincón que siempre te ofrezco
y que siempre me ofreces
se convierte en un templo de tibieza
de luz y de dulzura,
como la miel misma de dulce,
y suave como el toque más profundo.
Todo se vuelve simple
todo, simplemente, es bello.
Un blog con ilustraciones, gráfica en general, letras, peladas de cable, poesía, mucho de fantasía y una buena dosis de sarcasmo. Siéntase bienvenido.
viernes, octubre 30, 2009
lunes, octubre 26, 2009
Breve relato: El día en que brotaron flores del pavimento, parte 4 y final
Era como si la calzada se hubiera transformado en un gran pastel, partido por la mitad: el cemento, y la tierra bajo el cemento, estaban destruidos de forma irregular, la calle simplemente no existía más, y menos la estructura normal de la ciudad. La grieta se extendía cruzando grandes moles de edificios, y algunas casas incluso caían dentro, la zanja abriéndose más a cada metro que avanzaba.
Aida miraba todo en forma estupefacta. Las personas comenzaron a salir de sus casas con un asombro auténtico, gritando, murmurando palabras extrañas. Aida creía que era soberanamente estúpido que nadie hubiera oído nada en todas esas semanas, porque desde el fondo de la tierra algo monstruoso parecía querer salir. Los miraba con sorpresa, mientras se arropaba un poco más, en la mañana fría.
La calle terminó de quebrarse con un sonido sordo, al que las personas respondían con un gesto de terror. Los niños se cobijaban en las faldas de sus padres, los ancianos sacaban a relucir su mejor repertorio religioso. Los jóvenes abrián la boca sin decir nada.
Para cuando la pareja de Aida llegó a su lado, presa del miedo, ya se había producido el fenómeno más hermoso de todos, y a la vez, el más espeluznante: unas flores de un color rosa pocas veces visto en la Tierra comenzaban a trepar por las paredes de asfalto destruído, salían como una enredadera en pleno período de reproducción, con pétalos y hojas gigantes, y a la vez, más pequeños. Eran toneladas de una masa rosa, insoportablemente destructiva. Subían por los pocos semáforos que se mantenían en pie, desde allí descolgaban sus zarcillos plenos de brotes nuevos, y las flores continuaban avanzando, en su paso de animal verde, de marcha vegetal alucinante.
Aida se tapó la boca con espanto, y su pareja la abrazó con fuerza. Los edificios y las casas, los autos, todo era inundado por la masa rosada de flores, que de a poco abrían sus corolas, se extendían, se desperezaban, se mostraban al sol naciente. Una a una, comenzaron a mostrar sus pistilos, sus estambres, cada parte de un color rosado distinto.
Y así, de pronto, un perfume delicioso inundó al aire fresco. Cada flor dejaba escapar una esencia invisible, un polvo raro, casi imperceptible. En suma, eran una gran fábrica de perfume, todas al cien por ciento.
Las personas empezaron a tambalearse, sumergidos en un sueño pesado, como una tumba. Cada cual cayó en un momento, los niños, los abuelos, los adultos, todos, dormidos en medio de una cama rosada de flores, la que ahora se extendía por casi toda la ciudad.
La pareja de Aida resbaló por un costado, tratando de resistir al sueño, sin éxito. Pero Aida no. Ella no caía. No pensaba dormir, ni tenía ganas. Las flores eran hermosas. El perfume era perfecto. Era una mañana bonita. Daban ganas de ir de paseo. ¿Por qué no sentía miedo, o tristeza, o desesperación?
Y contemplando el mar destructivo de bellas flores rosadas, Aída estalló en una risa nerviosa, una risa sin comparación, histérica, desquiciada, hasta que se quedó sin aliento.
Era el paisaje más hermoso que jamás había visto.
Ahora todos debían entenderla. sin duda. Ahora todos estaban dormidos.
Aida miraba todo en forma estupefacta. Las personas comenzaron a salir de sus casas con un asombro auténtico, gritando, murmurando palabras extrañas. Aida creía que era soberanamente estúpido que nadie hubiera oído nada en todas esas semanas, porque desde el fondo de la tierra algo monstruoso parecía querer salir. Los miraba con sorpresa, mientras se arropaba un poco más, en la mañana fría.
La calle terminó de quebrarse con un sonido sordo, al que las personas respondían con un gesto de terror. Los niños se cobijaban en las faldas de sus padres, los ancianos sacaban a relucir su mejor repertorio religioso. Los jóvenes abrián la boca sin decir nada.
Para cuando la pareja de Aida llegó a su lado, presa del miedo, ya se había producido el fenómeno más hermoso de todos, y a la vez, el más espeluznante: unas flores de un color rosa pocas veces visto en la Tierra comenzaban a trepar por las paredes de asfalto destruído, salían como una enredadera en pleno período de reproducción, con pétalos y hojas gigantes, y a la vez, más pequeños. Eran toneladas de una masa rosa, insoportablemente destructiva. Subían por los pocos semáforos que se mantenían en pie, desde allí descolgaban sus zarcillos plenos de brotes nuevos, y las flores continuaban avanzando, en su paso de animal verde, de marcha vegetal alucinante.
Aida se tapó la boca con espanto, y su pareja la abrazó con fuerza. Los edificios y las casas, los autos, todo era inundado por la masa rosada de flores, que de a poco abrían sus corolas, se extendían, se desperezaban, se mostraban al sol naciente. Una a una, comenzaron a mostrar sus pistilos, sus estambres, cada parte de un color rosado distinto.
Y así, de pronto, un perfume delicioso inundó al aire fresco. Cada flor dejaba escapar una esencia invisible, un polvo raro, casi imperceptible. En suma, eran una gran fábrica de perfume, todas al cien por ciento.
Las personas empezaron a tambalearse, sumergidos en un sueño pesado, como una tumba. Cada cual cayó en un momento, los niños, los abuelos, los adultos, todos, dormidos en medio de una cama rosada de flores, la que ahora se extendía por casi toda la ciudad.
La pareja de Aida resbaló por un costado, tratando de resistir al sueño, sin éxito. Pero Aida no. Ella no caía. No pensaba dormir, ni tenía ganas. Las flores eran hermosas. El perfume era perfecto. Era una mañana bonita. Daban ganas de ir de paseo. ¿Por qué no sentía miedo, o tristeza, o desesperación?
Y contemplando el mar destructivo de bellas flores rosadas, Aída estalló en una risa nerviosa, una risa sin comparación, histérica, desquiciada, hasta que se quedó sin aliento.
Era el paisaje más hermoso que jamás había visto.
Ahora todos debían entenderla. sin duda. Ahora todos estaban dormidos.
martes, octubre 06, 2009
Breve relato: El día en que brotaron flores del pavimento, parte 3
"
Pronto Aida comenzó a acostumbrarse. Era extraño pensarlo, y siquiera ponerse a contemplar una vida con un sonido que nadie podía compartir con ella, pero simplemente, era parte suya. Le inundaba el pecho, salía por las puntas de sus cabellos, parecía seguir el latido de su propio corazón, tanto, que cuando su pareja ponía su oído sobre ella, en la cama, y escuchaba ese dulce sonido familiar, por fin eran partícipes del evento extraño. Y cómplices. Aida, entonces, sonreía.
Cada día, durante una semana completa, se volvió más gris que el anterior. Y el sonido no cejó en absoluto. Antes era a momentos, minutos incluso, pero ahora era el día completo, tal vez por eso Aida simplemente se había hecho a la idea de tener que oírlo durante las veinticuatro horas.
Un día, eso sí, tras la semana gris de sonido permanente y de luna ausente, el sonido se volvió más agudo. Aida se despertó alterada, a las 6 de la mañana, con los ojos abiertos como ventanas rotas, sacudió a su pareja, que roncaba sonoramente.
- Déjame en paz...es demasiado temprano.
- ¿No escuchas nada? ¿Nada de nada?
- En serio, estás loca. Déjame dormir.
Aida no soportó la idea de quedarse en la cama con ese ruido infernal. Ya no era grave, era un sonido semejante al que hacen en las carnicerías al cortar huesos de animales, o miles de aullidos al unísono. Era terrorífico.
Con los pies descalzos y apenas cubierta por una polera gigante de color deslavado, Aida salió de su casa, luego del jardín, y pisó la calle áspera. El gato dormía el sueño de los que nada hacen.
El frío le recorrió el cuerpo, hizo que temblara hasta el cansancio.
Pero no importaba. El sonido era cada vez más fuerte, vibraba bajo sus pies.
Aida corrió dando tumbos hasta el borde de la vereda, no pasaban autos a esa hora. El sol era un brillo pálido en el horizonte. Los semáforos mantenían el ritmo, intermitentes, pasando de verde a amarillo, luego a rojo.
Entonces, sucedió lo inexplicable. Y la calle donde ella vivía nunca volvió a ser la misma.
"
Pronto Aida comenzó a acostumbrarse. Era extraño pensarlo, y siquiera ponerse a contemplar una vida con un sonido que nadie podía compartir con ella, pero simplemente, era parte suya. Le inundaba el pecho, salía por las puntas de sus cabellos, parecía seguir el latido de su propio corazón, tanto, que cuando su pareja ponía su oído sobre ella, en la cama, y escuchaba ese dulce sonido familiar, por fin eran partícipes del evento extraño. Y cómplices. Aida, entonces, sonreía.
Cada día, durante una semana completa, se volvió más gris que el anterior. Y el sonido no cejó en absoluto. Antes era a momentos, minutos incluso, pero ahora era el día completo, tal vez por eso Aida simplemente se había hecho a la idea de tener que oírlo durante las veinticuatro horas.
Un día, eso sí, tras la semana gris de sonido permanente y de luna ausente, el sonido se volvió más agudo. Aida se despertó alterada, a las 6 de la mañana, con los ojos abiertos como ventanas rotas, sacudió a su pareja, que roncaba sonoramente.
- Déjame en paz...es demasiado temprano.
- ¿No escuchas nada? ¿Nada de nada?
- En serio, estás loca. Déjame dormir.
Aida no soportó la idea de quedarse en la cama con ese ruido infernal. Ya no era grave, era un sonido semejante al que hacen en las carnicerías al cortar huesos de animales, o miles de aullidos al unísono. Era terrorífico.
Con los pies descalzos y apenas cubierta por una polera gigante de color deslavado, Aida salió de su casa, luego del jardín, y pisó la calle áspera. El gato dormía el sueño de los que nada hacen.
El frío le recorrió el cuerpo, hizo que temblara hasta el cansancio.
Pero no importaba. El sonido era cada vez más fuerte, vibraba bajo sus pies.
Aida corrió dando tumbos hasta el borde de la vereda, no pasaban autos a esa hora. El sol era un brillo pálido en el horizonte. Los semáforos mantenían el ritmo, intermitentes, pasando de verde a amarillo, luego a rojo.
Entonces, sucedió lo inexplicable. Y la calle donde ella vivía nunca volvió a ser la misma.
"
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