Me rozan alas de espinas
sin que sean espinas.
Me dan vueltas y vueltas
espíritus fríos
espíritus punzantes
sin que entren,
sin ser yo misma.
Y de pronto los buenos tiempos
se convierten en incertidumbre,
lo que es brillante
se torna opaco,
la bondad es un gesto maníaco,
las cicatrices son caricias,
y las caricias son accidentales.
Desgano, inercia, respiro, respiro,
el sol sobre los hombros,
el sudor en la frente,
llegar, salir, correr,
y ver que no vale tanto la pena,
porque nada importa,
y porque nada realmente
traspasa las miradas.
Si tan sólo hubiera
un siglo en un segundo,
lleno de sol y de fuego,
de perfección,
de sonrisas sinceras
y de abrazos,
abrazos eternos,
pintados de colores,
relucientes como caramelos,
tendría algo a qué asirme,
algo que evaporara el cansancio.
Pero por ahora
juego a sonreír,
a estar (aunque no esté),
a cooperar, a servir,
a ser valedera,
y no perder el tiempo.
El desgano me gana
lo que casi no tengo,
y aún así, se supone
que nada dura para siempre.
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