lunes, junio 11, 2007

un día en que las calles perdieron su sentido

Traté de dormirme, traté de que el asiento fuera más gentil y que el frío no me toqueteara las manos y los pies con dedos de hielo, pero no pude.
Me quedé despierta mirando fijamente por la ventana, mientras íbamos por la carretera.

Entonces, el camino al trabajo se volvió calles, más y más calles. El bus y su chofer no quisieron ir por la avenida de siempre (la antigua San Pablo, plagada de edificios bajos), y se fue culebreando por otros caminos de cemento, Almirante Barroso, Maturana, Brasil, pasando hasta por la casa de mi jefe.

Y de pronto, todas las calles perdieron total sentido. No había norte, ni Alameda, ni Panamericana. Los minutos se alargaron al doble o al triple, así que decidí asumir que la tardanza era algo inherente a mí misma, que no importaba llegar tan pronto, y que sería mil veces mejor mirar hacia afuera, para ver detalles.

Una iglesia evangélica con polvorientos frisos y adornos neoclásicos lucía un color verde epiléptico, mientras a su lado una fábrica de muebles luchaba por la supremacía de la cuadra mediante ariales, impacts y otras fuentes pintadas a mano. Entre el bus y la vereda había un auto, y dentro del auto, un niño dibujando pollitos en el vidrio empañado. Y por la vereda, una señora con bata, con ondulines en la cabeza, barriendo, con ese frío que hace que uno quiera quedarse en cama. ¡Y ella barría con toda calma!

El bus siguió su camino desconocido, como dije, no había norte ni sur, sólo habían casas bajas, cités, rejas oxidadas, bonitas plantas colgando de balcones mohosos y gente apresurada. Una chica con una mochila color calipso nos sacaba ventaja a paso veloz, ¿realmente era mejor ir en el bus?

Los pasajeros empezaron a darse cuenta que era tarde: más de 20 minutos perdidos entre calles antiguas y motores roncos. Pronto nos acercamos a Panamericana (como por milagro, ni supe cómo lo hizo el chofer), para bajar todos apurados y molestos, como ya es tradición. Y ahí estaba el frío y la tardanza, otra vez.

Esa fue la mañana en que las calles habían perdido su sentido, magníficamente.
Misteriosamente, tal vez.

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