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La vida de Aida, dejando de lado ese ruido profundo que la dejaba temblando, era de lo más normal. Salía de la ducha lo más temprano posible para no atrasarse, tomaba un desayuno a base de café y pan tostado, su modo de vestir rayaba en el conservadurismo de la clase alta, sin serlo precisamente. Su pareja solía levantarse junto a ella, pero remoloneaba más de la cuenta en la cama, quedándose unos minutos más. Era una mala costumbre.
Sin embargo, para el momento en que debía salir de casa, Aida seguía nerviosa. Se preguntaba a qué hora volvería a escuchar ese sonido, que a veces se presentaba después del almuerzo, en donde ella estuviera, o si de pronto estaba en el baño, el sonido subía justo desde las bases de la oficina donde trabajaba, tan lejos de casa.
Y en el trabajo, no importaba cómo, le sudaban las manos, sentía el ruido hasta dentro de su pecho, y la respiración se volvía algo difícil de llevar a cabo, con el corazón agitado. Era todo un espectáculo.
'En serio,¿no escuchan nada de nada? Si es un ruido tan grave..'
'No, déjate de tonteras, mira que hay tanto trabajo...'
Esa fue la última vez que Aida le preguntó a un compañero acerca del sonido subterráneo que la invadía. Su frustración se convirtió en una especie de sospecha cada vez mayor, ya nadie le iba a creer nada, si seguía diciendo 'tonteras'.
Entonces, no sólo en su casa, si no en la oficina, en la calle, daba igual: el sonido era suyo, era como una cosa propia, era algo que Aida no podría controlar jamás, y que sólo ella podía describir. Era como ver el cielo teñido de rojo siempre.
Como una especie de secreto amargo.
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