martes, octubre 21, 2008

El abuelo se fue al sur

Cuando supe la noticia, se me partió el corazón, lo suficiente como para maldecir al mundo completo por nuestra infame naturaleza humana, y tan intensamente como para bañar con mis lágrimas a mi novia, cuya paciencia parecía haberse triplicado, en el andén del metro.

Finalmente, mi abuelo falleció, dejó el mundo que siempre despreció, por su materialismo, por su egoísmo, por la gente inconsciente que nunca supo cuidar a la tierra. Mi abuelo era ecologista sin saberlo, y de los más pacíficos...era como un lago en calma.

Cuando lo vi sobre la bandeja de latón donde cariñosamente nos colocan al morir, allá en la morgue, no era él. Estaba demasiado amarillo, demasiado frío, demasiado grises sus ojos, y tan lejos su voz. Hubo que cerrarle con cuidado los ojos (siempre dormía con los ojos casi blancos), hubo que sellarle la boca, hubo que peinarlo, y entibiar el brazo derecho, para que el rigor mortis no fuera tan terco. Hubo que tener mucho pañuelos desechables, porque las lágrimas se caían sin permiso de nadie.

Su pareja miraba el cuerpo, y parecía que iba a desmoronarse. Creo que lo hizo varias veces, por dentro: "Sin Hernán no sé vivir...no sé qué voy a hacer sin él". Ella no era mi abuela, estaba lejos de ser querida por alguien de mi familia, y sin embargo, verla llorar me comía por dentro, como si fuera yo misma perdiendo al amor de mi vida.

Nadie puede quedar indiferente frente a ese desaire de la vida.

Después del reconocimiento del cuerpo, vino un sinfín de eventos amargos, entre sonrisas de pura gentileza, pues, como siempre he dicho, hay que saber comportarse decentemente en tales ocasiones. Mis tíos, medio funcionales, medio autoritarios (tan machos, ellos), mi madre saludando a los amigos de mi abuelo, que le sobrevivieron con dolor, y con una vejez absoluta. El velorio nos dejó agotadas a Elisa, a mi madre y a mí, hasta el día de hoy.

Finalmente, lo enterraron, donde está también mi abuela, y mi padre. Abracé fuertemente a mi madre, contemplando dos féretros más abajo, mientras bajaba el tercero, que ahí estaba mi familia casi completa, las personas que más me cuidaron y me quisieron. Le supliqué al oído que por favor se cuidara, que ella era la única que me quedaba, que viera lo que estaba pasando...porque en el fondo, es la realidad. Y esa bóveda es tan oscura, que siempre me ha causado pesadillas.

No quedan más abuelos, de ningún tipo. Lo que pasó el fin de semana fue una serie de malos sueños, una serie de actores desfilaron, era todo de utilería: el abuelo sólo se fue al sur de nuevo, allá a Puerto Cisnes, a curtir cuero de pescado, a manejar su autito Daewoo, a tomar navegado, mirando la lluvia caer.

No ha muerto.